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27 de noviembre de 2018

4 pasos para mejorar la empatía

    ¡Cómo me ha gustado esta tarea! Más que el diseño de la misma, que también, la puesta en práctica y ver lo inmediato de los resultados (trabajo con niños pequeños, en torno a los 7 años, y ¡Son tan dulces y receptivos!).

    He preparado esta presentación (la actividad lo merece) para mostrar cuáles son las cuatro acciones que me he propuesto realizar como vías para mejorar la empatía en el aula. No quiero seguir adelante sin agradecer a mis "peques" que me dejen formar parte de sus vidas, de sus recuerdos, de sus experiencias. A ellos va dedicada esta presentación (aunque tal vez nunca la vean).


    La verdad es que señalo cuatro acciones que son interdependientes entre sí, o al menos así lo veo yo.
La primera de ellas es la de ser paciente. La paciencia, esa gran virtud de la que muchas veces adolezco.


Tengo prisa.
Tengo que terminar la lección.
Quiero dejar corregido el ejercicio antes de que acabe la sesión.
Los libros de texto.
Las actividades "extras"
...

¡No puedo más!


Imagen de Prawny en Pixabay
    Es en estos momentos, cuando tengo ganas de gritar ¡Basta! cuando sé que flojean mis habilidades sociales, cuando es probable que diga algo que no siento, o que lo diga de forma poco apropiada... Sin embargo estas semanas he aprendido que si algo merece la pena, ha de ser realizado sin prisa, a fuego lento (como los guisos de antaño), con dedicación (como los artesanos). Estas semanas he podido observar que los alumnos llevan un ritmo mejor si no sienten la presión por terminar. Si disponen de tiempo para pensar (aunque algunos pierden la noción del mismo...) aunque la tarea quede sin corregir ("¡Mañana lo hacemos, seño!"), o no finalicemos los ejercicios propuestos (ya habrá tiempo más adelante). 

    La segunda de las acciones que he realizado ha sido la de observar. Observar al alumnado en mi aula, en los espacios comunes, en las entradas y salidas... La verdad es que entran con poco ánimo en el edificio, pero se van transformando poco a poco a medida que avanza la mañana ¿Algo estaré haciendo bien, no?
Muestran entusiasmo ante algunas tareas o ante la forma de realizarlas (les encanta que utilice la ruleta (con los números de la clase porque la compartí con mi paralela y así nos servía a las dos) para ver quién lee, quién sale a la pizarra, quién comparte sus oraciones...) Nadie siente temor o rechazo, la ruleta tiene un efecto mágico en ellos. En esos momentos no se preocupan (al menos la mayoría, hay una niña que "sufre" ante la posibilidad de equivocarse) por si lo van a hacer bien o no, simplemente lo hacen.
Me he detenido especialmente en dos niños que se distraen con muchísima facilidad. Y he llegado a la conclusión de que necesitan más acción, así que han comenzado a ser ellos los que escriban en la pizarra algunas de las oraciones de los demás, o algunas de las indicaciones (aprovecho el movimiento y ellos practican la escritura y segmentación semántica que tanta falta les hace).

    De manera casi simultánea la paciencia y la observación dan paso a la escucha. Escuchar con atención lo que los niños nos tienen que contar. 
He cambiado esta rutina en mi aula. Normalmente venían a primera hora a mi mesa a enseñarme las notas de los papás y mamás en las agendas, o a contarme algo que les sucedió o que hicieron la tarde anterior... Normalmente les indicaba que se sentaran, que luego me contarían, que era momento de ponerse a trabajar. Ahora ya no lo hago. Ahora escucho con atención lo que me quieren contar, asiento, les resumo al finalizar su intervención... les felicito (si es necesario) y entonces sí, nos ponemos a trabajar pero ellos, y también yo, porqué negarlo, con otro ánimo. Ellos se sienten importantes y yo me siento mejor conmigo misma. Siento que no les he rechazado, que he antepuesto sus necesidades humanas respecto a las curriculares. Porque siempre he pensado que la escuela es un lugar de diálogo y no una cadena de montaje.

Imagen de Aitoff en Pixabay
    Y por último, pero no menos importante, evitar los prejuicios, las opiniones ya formadas. A menudo entre los docentes nos "ponemos en atecedentes" con respecto a los alumnos que vamos a tener en el aula. No lo he hecho nunca, y no creo que lo haga. Ni siquiera leo los informes o pruebas que el servicio de orientación realiza de manera colectiva en determinados cursos. Primero conozco a los alumnos, los observo, veo cómo trabajan, cómo se comunican, cómo se relacionan y luego ya, si es necesario, consulto documentos o pregunto a los compañeros que los conocen (les han dado clase). 
En cambio sabía que tenía que mejorar este aspecto con respecto a las familias. Las malas experiencias, los engaños, el "hago esto" pero ver después (porque en mi localidad es fácil encontrarte) que hacen justo lo contrario a lo que se les ha recomendado, justo lo opuesto a lo que te dicen que hacen, ha provocado en mi cierta desconfianza ante lo que me cuentan. 
Sin embargo sé que familia y escuela tienen que navegar con el mismo rumbo, bajo las mismas coordenadas, pues de otra manera no llegaremos a buen puerto. Y nosotros no somos lo más importante, lo son nuestros pequeños. Así que en las reuniones con familias que he tenido en estas dos últimas semanas, he procurado escucharlos sin someter a juicio cada una de sus palabras, he preparado las reuniones sin pensar en "de qué va a servir", " me va a contar lo de siempre"... Y a la espera de resultados más a largo plazo las últimas palabras de cada reunión han sido "Gracias Celia." 

    Sigo practicando estas cuatro acciones a las que se irán sumando otras, no tengo la menor duda.

Saludos lectores de estas sinceras reflexiones.

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