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12 de noviembre de 2018

Imaginando la escuela

    A menudo, cuando entramos o salimos del cole, cuando estamos en plena actividad docente y miramos el reloj, tengo la horrible sensación de que nuestras escuelas se parecen más a fábricas de montaje que a centros educativos. Y desgraciadamente, al menos en el entorno que conozco físicamente, no soy la única que lo piensa, lo cree, lo percibe...

   Me encuentro en mi primer año de tutoría dando clase con cuatro libros de texto y sus correspondientes cuadernillos (algo que no va conmigo ni con la forma que tengo de concebir la educación pero sobre todo la docencia)... pero como era el primer año, no me atreví a eliminar los textos, primero porque no sabía qué me iba a encontrar y segundo porque ninguno de mis compañeros me acompañó en la sugerencia (ni creo que lo haga nunca). He de reconocer que tener libros de texto resulta muy cómodo pues tienes las fichas de refuerzo y ampliación, la guía didáctica con recursos complementarios seleccionados, los exámenes de dificultad variada ya preparados... Sin embargo no suelen resultarme todo lo útiles que les resultan a mis compañeros. Hay algo que no tienen en cuenta: la realidad del alumnado y sus circunstancias personales
   Casi cada día ojeo las fichas de la editorial con las que cuento, revisando cómo y con qué podría mejorar la comprensión de tal o cual alumno, buscando algo que le permita asentar lo explicado o que me indique si ha entendido mis palabras. La mayor parte de las veces me encuentro con ejercicios descontextualizados, similares a los que ya se han hecho en el libro. Comienza entonces la criba (este sí, este no, este tampoco, este...) disminuyendo considerablemente las oportunidades de práctica y llevándome a buscar en la red o entre los recursos que he ido guardando años atrás.
    Lo mismo sucede con los recursos complementarios que nos ofrecen: no siempre son del interés de mis alumnos puesto que los editores, los creadores de los libros, no los conocen. Ni a ellos ni a ninguno de los niños destinatarios de esos libros. Y es que no podemos olvidar que cada niño es diferente, son pequeñas individualidades, cada uno con "su mochila" cargada de diferentes experiencias vitales (algunas más positivas que otras). Cada uno tiene unas aptitudes diferentes que tampoco tiene en cuenta el libro. Es lo que una compañera mía llamaba "Café para todos".

¡Pero a todos no les gusta el café! 
¡A todos no les sienta bien el café!

    Nuestros alumnos influyen en nuestras vidas al igual que nosotros influimos en las suyas. 
    La interacción con nuestro entorno es parte de la educación y de la formación.
Aprendemos de los demás
Aprendemos con los demás
Aprendemos de las cosas que nos rodean, de los hechos que vivimos día tras día. 
    Por este motivo es por lo que hemos de cuidar nuestras acciones, nuestras palabras, nuestros gestos. Somos modelos, para lo bueno y para lo menos bueno así que cuidemos nuestras habilidades sociales, gestionemos nuestras emociones, y no olvidemos que interaccionamos con personitas en plano desarrollo.



4 comentarios:

  1. ¡Qué bonito! ¿Puedo fotocopiarlo y pasárselo a mis compañeros? Me ha encantado.

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    1. ¡Por supuesto que puedes! Haz mención al autor ¡Y listo!

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  2. Aunque solo tengas cafe, tu puedes ponerle nata, canela, leche condensada e incluso diferentes licores...ya verás como cambia el sabor.

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  3. Muchísimas gracias Gloria. ¿Y si añado un poco de tu esencia...? Sabes que eres mi apoyo. ¡Qué haría sin ti!

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